Me piden, me susurran, me imploran y yo como siempre, antes de perderme del todo, hago caso omiso de sus advertencias. Están ahí, blandos y suaves, como ríos de azúcar líquido, y luchan contra esa otra parte de mí que me desvía y mi separa. Y aunque no consigan nada, aunque yo jamás les haga caso, no saben hasta que punto los quiero. Porque están ahí, y nunca se van, se quedan a mi lado, amables y amantes e intentan que no me caiga de narices, comparten conmigo mis alegrías y mis éxitos pero también mis fracasos. Y aunque yo “Soy de gran ayuda en una crisis” –ironía- ellos sí lo son. Gabinetes de crisis, cafés, noches de alcohol, tardes de palabras que se retuercen sobre sí mismas y felicidad, mucha felicidad. Parece que me olvido, muchas veces parece que me olvido, pero no, jamás lo haré. Sé que no soy lo mejor del mundo, que paso de todo muchas veces, que justifico lo malo y a veces censuro lo bueno, que me complico todo lo posible, que mis cambios de humor son capaces de poner de mala leche a cualquiera amén de demostrar lo bien que me va la terapia con el psicólogo, que retrocedo en vez de avanzar, que me centro mucho en mis problemas, que me ahogo en un vaso de agua, que a veces me quejo por chorradas –aunque intente no demostrarlo-, que dejo que la vida pase por delante en vez de correr a su lado, que soy despistada, demasiado borde a veces, que la empatía no va demasiado conmigo, que me pongo muy pesada con la puntualidad, que cuando se me mete un tema en la cabeza no sé hablar de otra cosa, que cuando algo me llega puedo dar mucho la lata con eso, que muchas veces me callo las cosas y “parece mentira que escribas tan bien” porque más veces aún me trago las palabras y no me salen, que soy poco espontánea y sólo digo “te quieros” que suenan bien y no son torpes con algo de alcohol encima, que tengo una habilidad especial para meter la pata impresionante, que incluso a veces me voy de la lengua cuando no debo, que de la misma manera en la que las cosas buenas las digo con facilidad soy incapaz de decir que algo me parece mal hasta que exploto, que cuando me emborracho sólo sé hablar de sexo, de política o de literatura, que siempre estoy igual con el tema “me quiero muy poco”, que soy una vaga hasta extremos inconfesables, que siento pánico a hablar en público, que mi timidez a veces roza el absurdo, que una simple frase dicha en un determinado momento puede hacer que me ponga a llorar de felicidad o de tristeza, que nunca se sabe por dónde puedo salir cada vez, que paso largas temporadas encerrada en casa y no se me ve el pelo, que lo mismo puedo estar callada toda una noche como me puede dar por dar un discurso sobre la crueldad humana, que soy una patosa, una desequilibrada y un poco pava y sosa, que sólo saco esa parte ácida de mis pensamientos cuando estoy de buen humor, que jamás hago bromas y me río muy poco de los chistes...
Pero ellos me aguantan.
Y es que hay gente, aunque parezca mentira, que viene para quedarse.
Y los quiero, vaya si los quiero.
4 comentarios:
Bueno, bueno, bueno...
No se si hablas de mi o de quien xDDDD
Gente que nos aguante las cosas hay poca, pero las que nos las aguantan son realmente los que vale la pena conservar siempre...
besu
No olvides que cada persona es un mundo...
Me ha gustado la entrada, pero obviamente mi sesera sigue siendo tan retorcida como siempre y he intentado imaginarte diciendo todo eso. Y digo intentado porque no te puedo imaginar hablando así, quizá porque estoy "un poquito" de acuerdo en eso de que para algunas cosas eres un tanto tímida. Pero has hecho bien en expresarlo de algún modo. Sea quien sea la persona a la que te refieres, seguro que le encanta. Un saludo!
Jo. Tonta.
Publicar un comentario