13.12.09


Siempre creí ser como ellos, creí que en el fondo de mi corazón se encerraba el odio, el temor, la rabia, la fragilidad. Sabía casi a ciencia cierta que a pesar de lo que se veía a simple vista en mí no había mucho más detrás, sólo un poso encerrado al vacío preparado para estallar y cargárselo todo. Eran explosivos químicos, terrorismo biológico, fuerza bruta y destructora. Vivía temerosa de explotar, de que esa parte de mí asomase, por fin, a la superficie. Creía que los genes nunca cambiarían. Que todo lo que mi padre fue estaba aquí dentro. Familia de traumas, de ira, de injusticias, de dolor constante, de dependencia a discusiones y dramas innecesarios. Pensaba que un día todo explotaría y repetiría una por una las acciones de mi padre, el derrotismo, los secretos y el barrer para debajo de la alfombra que tanto les caracteriza.

Pero mi madre me dijo hace unos días que si los actos de mi padre me dolieron tantísimo siempre, es porque no soy como ellos, soy todo lo contrario.

A veces aún me pregunto si hubiese merecido la pena seguir jugando a ser Ántrax.



Las navidades pasarán rápido.