
Te he encontrado de nuevo abierta de piernas en la ciudad donde no hay calles, ni límites, ni señales de ningún tipo. Te he encontrado desnuda otra vez sin guardianes del orden público ni libros de leyes. Fue agradable volver a verte, sentada en medio de la carretera, frente al semáforo en rojo, que ahora está en verde. Apareciste de la nada y llenaste el vacío de nuevo.
La ciudad se detuvo por unos instantes cuando yo volví a follarte. ¿Quién es la dueña del destino ahora? ¿Quién teje ahora esos hilos? ¿Cuál de nosotras está sola en realidad? Era esta magia la que echaba de menos. La gran magia de una urbe desértica, industrial, sucia. Y no era otra. Porque ahora, cuando los panfletos de ese político forman remolinos por la acera, la ciudad es mía y dan igual el polvo y los restos que se acumulan en las alcantarillas si la ciudad me pertenece. No importa que ahora salte y pisotee mis principios. Los salto como se saltan los charcos que se forman en los baches del asfalto, me hundo en ellos hasta las rodillas con las botas de agua puestas o los esquivo. Me río como una niña pequeña, histéricamente, mientras paso sobre ellos, convirtiéndolos en unos impresentables que se comían a bocados mi felicidad y la locura maravillosa que me podía ofrecer este lugar.
¿Para qué esforzarse en ser una idealista si sólo tú eres capaz de cumplir con lo que creías justo? ¿Para qué esforzarse en creer que todo lo que creías era posible si eso no te hacía realmente feliz?
Y tú también estás ahí. La parte de mí que había ido perdiendo de manera consciente también. Los instintos viven allí. Mis instintos permanecían allí. Cálidamente enterrados. Pero ahora voy a saltar charcos, voy a chapotear en ellos y voy a pensar, por primera vez, que los placeres mundanos no son sólo para los menos elevados.
Quiero revolcarme en suciedad.
Y es exactamente lo que voy a hacer.
1 comentario:
Un chapoteo de palabras, unas veces caótico, otras sutil. Me gusta su fuerza.
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