
Casi puedo tocar a la Gaviota desde aquí. Alargo la mano y la rozo despacio. Es suave, pero la siento amenazante. ¿Quién eres, Gaviota? ¿Qué te impulsa a permanecer ahí, suspendida, colgada de las nubes bajas tan al alcance de mi mano? Estás tan cerca que casi puedo olerte. ¿Cuál es tu nombre? ¿Me lo dirás algún día? Ya sé que no puedes hablarme. Todo debería estar compensado. ¿Podremos comunicarnos acaso entre aire y bancos de partículas de polvo? Ella desciende y se posa sobre mi hombro. La miro a los ojos y me clava las uñas en la piel. Esa será su respuesta, digo yo, vamos. Ladea su cabeza. Por un momento sus ojos son mis ojos. Ave carroñera. Las Gaviotas no son muy higiénicas. ¿Tú lo eres? ¿Eres la proyección de mí misma carroñera de mi propia alma? .suspiro. No sigas por ese camino, Gaviota. Ni siquiera sé tu nombre. Sólo sé que eres yo. ¿O es al revés? ¿Vas a picotearme una y otra vez hasta que caiga muerta y sangrante sobre el asfalto? No quiero llenar de sangre la carretera. Alguien podría resbalar al cruzarla y caerse. Si tienes pensando acabar conmigo hazlo de otra manera. Una manera más limpia, que cause menos estropicios. A todo esto... ¿Qué haces aquí, tan lejos del mar? Deberías de estar rozando la muerte y no yo. Desde que tú estás la siento muy cerca. Aunque nunca he estado tan calmada como en estos momentos. La muerte trae la calma. En la muerte de muchas cosas he encontrado la paz. Aún así déjame qué escoja la mía. O la muerte de mi corazón. O la muerte del latido que lo llena y bombea mi sangre. O la muerte del sonido de ese latido. O la muerte del subir y bajar leve de la yugular. La muerte de esa piel, necrosada. O la muerte de la carne entera. Aún así déjame que escoja la mía. Porque es mi corazón. Mi latido que lo llena y bombea la sangre. Mi sonido. Mi subir y bajar de la yugular. Mi piel, necrosada o no. Mi carne entera. Aún así déjame que escoja la mía. Que yo no tengo pico. No tengo los ojos negros y pequeños, impenetrables. Ni plumas suaves que me aíslen del mundo. Ni garras que clavar en hombros ajenos. Yo sólo tengo carne. Piel. Latidos. Y un corazón que bombea sangre por mis venas cada vez más lentamente (La nicotina, supongo) y el olor de ellas, peligroso, variopinto. Que se ha ido cargando más lentamente, si cabe, mi pituitaria. ¿Gaviota? ¿Te has ido sin hacerme nada? Vuelve, Gaviota, vuelve. Aún no has cumplido con tu misión. Aún no me has dicho tu nombre.
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