10.9.09

Él toca el saxofón lejos, más allá de la esquina que es mi vena cava
La melodía es frenética, no descansa, no para ni cuando yo suspiro cada vez más débilmente, agotada por el esfuerzo que representa para mí no poder abrir las manos en un gesto protector. Un poco más lejos están ellas, etéreas, de mentira, tan plastificadas e idealizadas como una muñeca hinchable. Realmente no sé si quise quererlas a ellas o lo que pretendía era amarme un poco más a mí misma besando el mismo cuerpo que yo tengo. Y ahora no puedo abrir las manos, ni tomar otras, de nuevo pierdo la batalla que tanto tiempo me había costado superar, la de confiarme de nuevo a alguien (confiando al mismo tiempo en mí misma) La música sigue sonando, en clave de fa, cosa rara. Sopla y aporrea el instrumento una y otra vez, una y otra vez hasta que no consigo divisarlas porque mis sentidos han sido anulados, mi voz (la que tú me inventabas) mi piel (la que tú despertabas) mis lágrimas o mi risa o mi sonrisa (las que tú provocabas) están ahora inutilizadas, son pasto de fantasmas, alimento del pasado, recreación astuta de algo que nunca llegó a ser de verdad. Todo está borroso, difuminado, aislado en un trozo de mí que sigue camino de la muerte a pasos agigantados. A lo lejos, más lejos aún creo escuchar tu voz ¿En realidad me importa escucharla? Mi corazón ya no se acelera. También te has convertido en otra batalla perdida. Al saxofonista en cambio lo escucho a la perfección, está tocando dentro de mí, cada vez de manera más salvaje. Me gustaría poder decir también que es una batalla perdida, pero durante estos años no ha parado de sonar, mi cuerpo jamás ha cesado de emitir esa misma canción que me impulsó a la caída. El saxofonista tiene cuerpo de hombre, sexo de hombre, carácter de hombre... ¿Pero acaso lo es realmente? Una vez estuve muy enamorada del saxofonista, tenía unas manos preciosas, definidas, elásticas, me acariciaban a mí de la misma exacta forma en la que acariciaba a su instrumento por aquel entonces. Y me dedicó canciones cada vez más fúnebres durante un año entero. Después de aquella última canción que se repite seguido, me di cuenta de que tenía ese sexo que tanto odiaba, que sus manos, antes dulces eran ahora rudas, bruscas. Y su cara y sus gestos tan femeninos que pudieron con todas mis defensas eran sólo un disfraz que me engañó una y otra vez, una y otra vez hasta que no conseguí divisarlas porque mis sentidos habían sido anulados. Y todas y todos habéis sido la misma puta mentira. Menos él, que todavía sigue tocando su canción dentro de mí. Convirtiéndome en alguien cruel, mentirosa, además de egoísta hasta límites insospechados. Yo te quise Laura (Y te quiero), pero te quise de mentira, porque necesitaba luchar contra alguien, contra algo, contra mis fantasmas. Yo te eché de menos Laura (Y te echo de menos) pero porque necesitaba echarte de menos. Y te lloré, vaya si te lloré... pero con lágrimas de plástico, Laura, de cocodrilo. Por el saxofonista hubiese dado mi vida, y ahora no consigo deshacerme de él, sin él, sin su melodía... me hubiese muerto de amor, de amor... Y tú, Laura, como muchos otros, fuiste una batalla perdida, un intento desesperado de frenar esta música. Y como el resto de personas a las que quise, no tuviste éxito: el fantasma sigue aquí, él sigue aquí. Con sus manos de hombre, y su sexo de hombre y su olor de hombre y su voz de hombre, por más que me joda, Laura, por más que me joda.
.

1 comentario:

Boeder Escalier. dijo...

Dos cosas.

Los olores, lástima que los buenos también, se terminan disipando. Tarde o temprano, tarde o temprano.