12.6.08

Globos amarillos


En el globo amarillo que sujetaba con su mano derecha había magia, la misma magia que había en el algodón de azúcar que sostenía con su mano izquierda. Realmente la magia la desprendían sus dedos regordetes de niña pequeña y se trasmitía a todo lo que tocaba.

Caminaba por la calle sola, seguía el mismo recorrido de siempre. Le gustaba contar las baldosas de la acera, aunque el número nunca variase, desde el puesto de la plaza hasta su casa había exactamente 135 baldosas caminando en línea recta por la calle de la iglesia. Otras veces había probado diferentes recorridos, sólo para llevar la cuenta de las posibles diferencias en el número de las baldosas. Cuando subía por la calle del parque tenía que desviarse y torcer por el callejón dónde estaba el quiosco de Constanza y el número ascendía a 213 baldosas, si en cambio decidía dar la vuelta por el puente cruzando de lado a lado de la vía del tren dos veces las baldosas sumaban aproximadamente 572.

Pero de todas formas, el camino que más le gustaba era el de la calle de la iglesia porque las baldosas eran de color amarillo brillante nuevo dado que hacía poco tiempo que las habían puesto. Los viejecitos del barrio solían sentarse a tomar el sol en los bancos de piedra que había delante de la fachada de la iglesia y a ella le encantaba quedarse un poquito parada sobre la baldosa número 40 para verlos charlar desde lejos.

Pasada la baldosa número 63 estaba la panadería y adoraba el olor del pan recién hecho. El señor Antonio siempre le gritaba desde dentro que se marchase y dejase de mover las aletillas de la nariz de esa manera tan extraña. Araceli no comprendía porque le decía eso, probablemente sería, imaginaba ella, porque él estaba tan acostumbrado al olor del pan recién hecho que no sabía apreciarlo como se merecía. Para ella, sin embargo, trabajar en una panadería tenía que ser una suerte tremenda. De mayor quiero ser panadera, pensaba para sí, mientras que seguía caminando concentrada en no pisar las separaciones entre las baldosas.

Un poquito más allá de la panadería si miraba hacia arriba ya podía ver a su abuela intentando distinguirla entre la masa de gente que se desplazaba por la calle peatonal. Desde la última vez que había tardado un poco más de lo debido en llegar a casa, la abuela Dolores había decidido hacerla salir de casa con un globo amarillo en la mano para poder verla desde lejos. A Araceli no le importaba, le gustaba mucho el amarillo, y además quería mucho a su abuela, por otro lado ese tipo de cosas ya no le extrañaban desde que había tenido la ocurrencia de obligarla a ponerse un casco para tirarse por el tobogán, simplemente se preocupaba por ella.

En cuanto Araceli veía a su abuela se ponía de puntillas y agitaba el globo en el aire para que se quedase tranquila.

La calle de la iglesia también le gustaba porque justo en la baldosa 96 veía todas las mañanas a Jaime, el chico ciego que vendía los cupones, y le daba el algodón de azúcar que había comprado en el puesto de la plaza. Le gustaba hacer que Jaime sonriese y se llenase la cara de azúcar al comerlo. El chico solía regalarle entonces el cupón con el número que más le gustase de aquel día. Le decía: "Toma, para tu abuela, pero recuerda que si algún día toca el regalo ha sido mío y mi regalo es esta calle, toda para ti, así tendré la completa seguridad de que sonreirás, aunque no pueda verte"

Araceli le daba las gracias y entonces ya empezaba a escuchar la voz de su abuela que la llamaba con insistencia y le reñía por quedarse pasmada y en la luna tantas veces al día. La abuela Dolores le decía que al final, de tantas visitas que le hacía a la luna acabaría por quedarse allí y que ella necesitaba a una nieta en la tierra y no tan lejos.

Poco después llegaba a la baldosa 135, miraba al cielo, levantaba lo más que podía los brazos y dejaba que el globo escapase con la esperanza de que llegase a la luna, ese sitio que, según su abuela, le gustaba tanto. Seguía con la mirada al globo hasta que lo perdía de vista y timbraba atronadoramente hasta que su abuela le abría.

Pero aquel día la persona que respondió al telefonillo no fue su abuela. Era una voz de mujer que no conocía en absoluto.

[Marlango - Hold me tight]

1 comentario:

Saeba dijo...

Yo de pequeño también hacia lo de las baldosas. Pero iba por las pares, o sea las del mismo color. Hice eso hasta 2º de BUP.
Aún hoy en día me tienta el repetirlo ^^.
Esperaré a leer el final :).