Cuando Beatriz metió la llave en la cerradura ya presentía que algo malo había sucedido. Hacía mucho tiempo que no iba por casa de Ana. Los vecinos la habían avisado de que hacía días que no sabían nada de ella.
Había conocido a Ana en la facultad de derecho, poco después habían empezado a salir, con el paso del tiempo las cosas se habían ido torciendo y la relación fracasó, pero siempre se habían mantenido en contacto. Quizás los años con Ana habían sido los mejores de su vida. Con el mero hecho de pensar en ella unos instantes la sonrisa iluminó su rostro.
Terminó de darle la vuelta a la llave y empujó la puerta con el pie derecho. Los matices del olor nauseabundo que desprendía la casa inundaron su nariz. Dejó caer el bolso al suelo y se dirigió hacia la cocina recorriendo todo el pasillo. La puerta estaba entornada y el zumbido constante de las moscas se clavaba en sus tímpanos. Con cuidado empujó la puerta.
El tiempo se paró.
Beatriz se llevo las manos a la boca intentando sofocar un grito de dolor.
Sus piernas fallaron.
Y cayó sobre las baldosas empapadas en sangre.

[- Antes de que seas tú la que me dejes del todo, te mataré-.
-No digas tonterías, Ana-.]
Y un buen día Ana la mató, la mató aún cuando Beatriz estaba viva, la mató en vida, la mató de dolor. Y es que cuando el dolor nos envuelve es como si ya estuviésemos muertos.
¿Amor? ¿Por qué tengo el corazón podrido?
No hay comentarios:
Publicar un comentario