Aquello era una vertiente imposible, arriesgada, pincelada sin límites en un lienzo en blanco infinito. Era como cuando decíamos “No” y queríamos decir “Sí” y seguíamos allí, esperando algo, buscando a alguien, dándonos a la esperanza como si de un whiskey malo se tratase. Fran decía que era normal, el tiempo se lo había llevado todo, nadie tenía la culpa y yo me lo quería creer. Pero él sólo era una pequeña parte del problema, siempre habíamos funcionado como una ecuación y éramos muchos, muchas incógnitas y demasiadas, como ya dije, cosas que pretendían decir lo contrario. Se estaba terminando y yo lo sabía, contaba los últimos momentos, las últimas bocanadas de felicidad como si fuesen algo mágico. Los otros me llamaban paranoica, decían que no pasaba nada, que eran todo imaginaciones mías. Que sí, siempre he sido una paranoica, pero no suelo equivocarme. Tal vez porque soy la clase de persona que se pasa la vida esperando que le pase algo malo hasta que le pasa. Pero se rompía, se desfragmentaba y yo lo sabía, LO SABÍA. Nadie puede culparme por haber sentido eso, incluso si mis sentimientos fueron el desencadenante. Lo sentía y era real.
“Y estábamos perdidos”
1 comentario:
¡Con la iglesia hemos topado!
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