20.3.10

Sin título (No lo necesita)

CAROLINE

Ella decidió no contestar. Su mirada seguía perdida en los cuadros que colgaban en las paredes. Todos le resultaban familiares, nada había cambiado. Había tres cuadros colocados de manera desordenada encima de esa mesa. Eran dibujos a lápiz, enmarcados, sencillos. El de los bañistas siempre le había llamado la atención, había siete hombres, todos ellos calvos y una mujer, sólo una, con flotador a la izquierda. En otro habían dibujado a una mujer desnuda, de espaldas, con el pelo recogido, mirándose a un espejo, pero no sé si por facilitar el trabajo o por un descuido del pintor, en el espejo no se reflejaba absolutamente nada. Y el otro era una torre de monedas, colocados por orden de valor y tamaño, ella y Xoel bromeaban siempre diciendo que aquello parecía una especie de pirámide de Maslow adaptada a los tiempos actuales. La noche en la que llegaron a esa conclusión hacía mucho calor, tanto que luego decidieron bajar hasta la playa a dar un paseo. Caroline se acordó también del vestido que llevaba, blanco y largo y de los pendientes que llevaba esa noche, y también de las chapitas que decoraban la solapa de la camisa de Xoel, se acordó de todos y cada uno de los detalles, y de la sensación de sus pies descalzos en la arena y la de bañarse vestidos en la orilla, y de la mirada de Xoel cuando salió del agua con todo el vestido pegado al cuerpo dejando entrever todo lo que se podía ver. Y de esto... y de aquello... y de...
- ¿Caroline? ¿Me estás escuchando?
Ella nunca escuchaba lo que no quería escuchar. Nunca lo había hecho. Y no iba a empezar ahora.

JIMENA

Aparcaron de frente al mar. Era un sitio realmente bonito, y de noche se veían todas las luces de los barcos y de las farolas del puerto. Ella empezó a recordar todas y cada una de las noches que había pasado allí en compañía de Laia, estaba al borde de las lágrimas, pero en el momento en que la primera amenazaba con resbalar por su cara, sacudió la cabeza y volvió a la realidad. Luca estaba liándose un porro y se quedó mirando detenidamente como lo hacía. Algún día aprendería a hacerlo, pero por el momento no le dejaban ni acercarse a la hierba. Había conocido a su amigo en el primer año de instituto y desde ese momento no se había separado para nada, los cuatro eran una piña. Pero entre hormonas y amor esa amistad mágica se empezaba a fracturar sin que se diesen cuenta.
- Mena, esto ya está. Enciéndelo tú.
Cogió el canuto y le dio una calada profunda reteniendo durante mucho tiempo el humo. Quería que le subiese en condiciones.
- Estás muy callada, ¿No?
Le pasó el porro y siguió en silencio unos segundos con cara de estar concentrada en algo.
- ¿Nunca has pensado que ser romántico es una gilipollez? –sentenció al final.
- Supongo que depende de la persona, que estamos capacitados para ser románticos con ciertas personas, y en esos casos concretos no podemos evitarlo. Pero sí, en general y sobre todo cuando nos equivocamos de persona suele ser una pérdida de tiempo.
Eloy colocó la pierna derecha por debajo de la izquierda. Empezaba a estar tenso.
- Eso pienso yo. Una pérdida de tiempo. Todo sería más sencillo si fuese sólo sexo, nada más, atracción pura y duramente física. Sin contratos invisibles ni celos ni sentimientos encontrados. Tan sólo y únicamente... sexo.
Puso especial atención en pronunciar como deseaba aquellas últimas palabras, quería que aquello funcionase como un buen eslogan publicitario. Quería que Eloy desease más que nada en el mundo acostarse con ella. Sin querer estaba tonteando, no lo había buscado. Pero no sabía como enfrentarse de otra manera a esa sensación de despecho.
- No podría imaginarme nada mejor. Sin ataduras, ni discusiones, ni promesas que no se van a cumplir...
Él le siguió el rollo.
- ¿Y que te parece si esta noche tú y yo... sencillamente, tenemos tan sólo y únicamente sexo?
Jimena se inclinó sobre él y lo besó. Y ya no hizo falta nada más para despertar a Eloy. Con algunas que otras dificultades por el tamaño del coche consiguieron adaptarse el uno al otro. Todo le parecía torpe y forzado, incluso sus movimientos, sube las caderas, baja las caderas, sube las caderas, baja las caderas, sube las caderas, baja las caderas... le resultó tan mecánico como poco placentero. Estaba en otra dimensión, muy lejos de allí observando la situación como si lo estuviese viendo a través de una tele. Era la primera vez que se acostaba con un hombre, y probablemente fuese la última.

ADRIANA

No escuchó respuesta, pero sí el sonido de unos pies trotando en dirección contraria. Siguió dándole vueltas a la pasta que ya hervía en el fuego. La cocina estaba llena de vapor y los cristales empañados goteaban agua sobre la encimera. Adriana cocinaba fatal, nunca se había propuesto aprender y antes, cuando ella aún trabajaba en la clínica, era su marido el que se encargaba de ello. Pero ahora era ella la que se quedaba en casa. Hacía tres meses que había perdido su empleo. Llevaba ya una temporada con unos altos índices de fracasos en sus operaciones y la clínica privada no se arriesgaba más. Siempre había sido una buena cardióloga, la primera de su promoción, aunque era irónico; se pasaba los días curando corazones ajenos cuando el suyo propio carecía de vida.

En ese momento, como en tantos otros, se detuvo para escuchar sus propios latidos, era una de las pocas cosas que le recordaban que todavía no había muerto. La situación le resultaba irreal, sólo percibía el burbujear del agua y el “pum pum” constante que emitía su órgano, de repente en su cabeza no había sitio para lo demás. Los oídos le empezaban a zumbar, taponados. “No, otra vez no, esta burbuja no” pensó. Pero cada vez le pasaba más a menudo. Pasados unos diez minutos una mano fría le rozó la espalda. Se giró sobresaltada y se encontró con un niño empapado chorreando el suelo.

- Tira para el cuarto de baño. ¡Vamos! ¿No ves cómo lo estás poniendo todo, bicho? Ahora mismo voy yo y te ayudo a ponerte el pijama.

Se quedó pensativa un par de segundos más, pero enseguida volvió a la realidad.

LEIRE

Los dos trabajaban y al mismo tiempo trataban de sacar adelante sus carreras, que pagaban a duras penas con unos sueldos de mierda. Ángel empezaba a notar que no se comportaba de la misma manera y que pasaba mucho tiempo en otro mundo, aislada.

- ¡Leire! ¿Qué coño haces?- gritó pablo agarrando con fuerza la puerta que había estado a punto de darle en toda la cara.
- Oh, lo siento, no sé en qué estaba pensando- había entrado tan apresuradamente que no se había fijado en que había alguien detrás.
- Joder, tía, no puedes seguir así. Me voy a currar, que de esta vez no llego, tienes la comida dentro del microondas.
- Vale...
- Ah, y te ha llamado Cloe, dice que tenéis que hablar de lo del trabajo y que a ver si te pasas algo más por la facultad, que para quedar contigo hay que pedir cita previa...


Se marchó dando un portazo dejándola perpleja en mitad de las escaleras. Leire sacudió la cabeza en un gesto de resignación y subió pesadamente las escaleras. Dejó las llaves en el mueble junto a la puerta y puso la comida en un plato.

Creo que ha llegado el momento de retomarlo.

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