23.1.10

He oído un ruido sordo y seco. Habrá quien piense que miento, que no soy sincera ahora. Pero lo he escuchado. Algo se ha fracturado en mi interior. Sólo un crack más en mi lista de cracks, sólo un de tantos cracks que escucho todos los días en los periódicos, en las noticias, en las almas amigas y no tan amigas que me rodean (sólo a veces) He oído y he sentido un ruido. Algo mecánico, como el engranaje que deja de funcionar pasado un tiempo. Nadie entiende que eso ocurra, la Teoría del Caos, la llaman. Como poco es curiosa. Pero yo soy humana. O al menos, lo que me envuelve es perecedero. Hay muchos tipos de cracks, pero en esencia todos son iguales, igual de imprevisibles, de fríos e inevitables. Algunos ocurren aquí dentro y otros, los peores, me atrevería a decir, en ese espectro que se proyecta tantas veces fuera de nosotros y nos convierte en algo más que un simple cuerpo putrefacto y nimio. Me he visto tantas veces desde arriba, como en una película, un plano con fundidos en azul brillante, que ya no me reconozco cuando me miro al espejo y el cristal se fragmenta. He escuchado tantas veces mi interior que el exterior no puede atormentarme. La circulación, mis intestinos, el estómago dando vueltas, centrifugando mi comida. Una gran obra maestra de silbidos encharcados, zumbidos atronadores y la más pura nada. Son los ruidos silenciosos por excelencia. Mi cuerpo suena a muerte, a vacío, a nada. Pero he oído un ruido sordo y seco y una vez más, me he vuelto a quedar sin aire. Como la máquina que deja de funcionar. Como la vida que se escapa. Como una muñeca igual de absoluta que absurda cuando su dueña le arranca la cabeza. A veces algunas piezas pueden ser cambiadas. La vida devuelta. Y la cabeza pegada a su correspondiente cuello. Pero otras, la máquina pasa a mejor vida, la vida sigue fluyendo en dirección contraria y la muñeca termina en el desván.

Algunos cracks, amigos míos, son para siempre.

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