
Lola es una consumición de 1’50. Lo supe en cuanto la miré y no puede ver nada. Es buena persona, funcional y práctica, sabe qué hacer en cada momento y cómo comportarse. Tiene ganas de amar y una hipoteca. Le había puesto un pisito a sus miedos para que anidaran allí. Lola funciona como una cocacola, está demasiado vista. Es como un polo Lacoste o la sección de economía del periódico, clásica y aburrida. No hay nada atrayente en ella, nada diferente, nada que logre despertar en mí ese mecanismo químico que se despliega a partir del primer contacto de salivas. De hecho, cuando nuestras salivas se mezclaron por primera vez sentí algo parecido a la calma, no al deseo. También es cariñosa, correcta, generosa y por momentos un poco borde. Hasta aquí todo encaja. Pero en cambio me resulta extremadamente fácil anticiparme a sus palabras e intuir sus pensamientos. Lo deja todo muy al alcance de mi mano. Y eso no es en absoluto excitante. Hubiese sido una buena amiga, la mejor, me atrevería a decir. Pero yo me obligué durante demasiado tiempo a despertar algo en mí, a sentirme atraída por el anti-morbo. El resultado fue sencillo: terminé debatiéndome entre el querer y no poder y el poder y no querer. No podemos ser amigas porque debemos ser otra cosa que nunca podremos ser.
A Lola, que sabe que la quiero y me pidió que escribiese sobre ella algún día.
1 comentario:
muy buen escrito, y también decirte que me encanta la estética de tu blog!
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