
La veía muchos días sentada en la cuneta, justo en la recta que cruza el infinito. Era curioso que estuviese allí, tan sola, tan alejada de todo, encogida en si misma. Esperando quién sabe qué con una paciencia inamovible. Nunca llegó a dirigir su mirada hacia el interior de mi coche, nuestros ojos nunca se cruzaron, pero yo la observé mucho, su mirada perdida, alejada del mundo, ajena a todo. Parecía necesitar que alguien la recogiese. Llevaba el pelo sucio y los rizos pegados a la frente por el sudor. Me costaba definir su edad, pero creo que era una niña, su cuerpo y su actitud me lo decían ¿Estaría tal vez protegiéndose de algo? La caída de su cabello, la postura fetal en la que la encontraba me hacían pensar en esa posibilidad. Pero no, una vez más estaba equivocado, una de las últimas veces que pasé por esa circunvalación que tantos recorremos una y otra vez sin más destino que lo que más tememos, la encontré por primera vez de pie, en medio de la carretera, plantificada en la línea que separa los dos carriles, recorriéndola de arriba hacia abajo. Había bastante tráfico, no era sólo yo el que había llegado hasta ese triste lugar, los coches pasaban a toda velocidad a su lado, por delante y por detrás, agitando su pelo, haciéndola girar sobre sí misma, evitándolos. Este día, en cambio, la vi enajenada, haciendo señas a los coches, gritando, dejándose la garganta en ello. No se me ocurrió pensar en la posibilidad de que estuviese loca, era algo más que eso, algo que desconocía y desconozco, algo que nos queda demasiado grande, por lo menos a nosotros, que disponemos de un vehículo para movernos por estos parajes. Os preguntaréis por qué no paré en ningún momento ni siquiera ese día en la que se mostró tan vulnerable. Pues bien, me sentí incapaz. A veces soy yo él que se pregunta por qué nadie más fue capaz de detenerse ante ella, aunque sólo fuese para interesarse por curiosidad. Creo que era imperceptible para el resto. No la veían, no reparaban en ella y tal vez por eso aquel último anochecer parecía tan molesta y desesperada. Perdonarme si me equivoco, igual la veían y tal y como hice yo decidieron no detenerse. Pero tengo esa sensación. Estaba atascada en una grieta de alquitrán y polvo y nosotros al otro lado, como autómatas, buscando ese trozo de carne del que carecíamos. Probablemente el mismo trozo de carne que buscaba ella, pero nosotros siempre buscábamos el nuestro, y era en eso donde nos diferenciábamos.
"And it's wearing me down
And it's turning me round
And I can't find a way
Now to find it out
Where are you when I need you...
Are you there?"
"And it's wearing me down
And it's turning me round
And I can't find a way
Now to find it out
Where are you when I need you...
Are you there?"
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