
INFANCIA
Siempre imaginé aquel lugar como un hogar apacible y cálido. Produce, sin duda, la misma agradable sensación que tienes cuando una persona que quieres te abraza, pero más como cuando te abraza tu madre. Recorro sus pasillos de techos amplios corriendo, tal y como hago cuando sueño con el hotel, es un sueño que se me repite mucho, el hotel, las plantas, los cuadros y los largos pasillos amplios por los que sencillamente corro, resbalo, me dejo ir, de una manera tonta, como si hubiese regresado a la infancia y no tuviese nada más de que preocuparme que de evitar con una precisión casi profesional las esquinas que se forman en las curvas. Así que cuando recorro ese lugar dentro de mi imaginación no me atrevo siquiera a dudar ni por un momento de que las cosas se torcerán. Todo brilla y yo sólo corro y me dejo ir y es que hasta la gente es agradable. La primera vez que soñé con el hotel, en la zona de recepción había una señora sentada contra una pared, era mayor y llevaba un sombrerito de paja con flores de plástico, con total naturalidad me apoyé contra la pared y me deslicé hasta quedar a su lado y mantuvimos una conversación completamente banal; me contó que estaba esperando a su nieto porque se iban de barbacoa. Me gustó hablar con ella, todas y cada una de las personas que estaban en ese edificio se movían de forma natural, no molestaban, parecían parte del mobiliario, incluso si me pongo un poco más fantasiosa diría que formaban parte de la propia estructura del edificio. Creo que lo que más me gusta de ese edificio es que todo parece fluir a la perfección y todos somos felices. Como si viviésemos en un estado de inconciencia saludable, es decir, allí las maldades no existen y tampoco los problemas. Todo es de una belleza casi pueril, mágica, imposible. Por eso mismo a veces encuentro similitudes importantes entre esos sueños que tengo y ese lugar al que llego algunas veces, sin previo aviso y durante poco tiempo. Andrea está siempre allí, esperándome, como la señora mayor del sobrerito en el sueño. Y ella hace a la vez el papel de madre, de amiga, de amante, de abuela, de tía, de prima, de novia. Andrea nunca se marcha de ese lugar, y sabe, con una exactitud pasmosa, no sé si haciendo uso de algún tipo de artes adivinatorias o qué, lo que necesito en cada momento. Algunas veces, si es que me apetece estar sola, desaparece de mi vista, permanece en su rincón, callada, mimetizándose con el decorado. De la misma forma en que la señora del sombrero sabe qué decirme, Andrea me hace regresar a mi infancia. Y allí, no sé porqué recupero la misma sensación que tenía de pequeña, nada era excesivamente importante si mi madre estaba junto a mí, o si mi imaginación tenía un buen día y me permitía seguir jugando. Creo que en eso nunca he cambiado, es el único lazo de que me une con mi niñez y todavía no se ha roto. Cuando era una niña, antes de que mi hermana naciese, podía pasar horas jugando, inventando, creando, pensando en el futuro. Incluso cuando mi hermana nació, creció y pudo empezar a jugar prefería seguir haciéndolo sola. Mis bisabuelos, por ejemplo, tenían una finca muy grande llena de manzanos y otros árboles frutales con una pequeña cabaña en el centro. Cuando llegaba la temporada íbamos los cuatro a recoger la fruta para que no se perdiese y yo, mientras que caminaba entre la hierba alta, no podía dejar de imaginar la posibilidad de montar allí de mayor un internado para chicas (Probablemente por leer tantos libros de Enid Blyton) Y es por eso que ahora, tantos años después, y cuando podría decir que estoy amargada, que el estado de mi cuerpo no se corresponde con la edad que tiene mi mente, encuentro ese nexo de unión más vivo que nunca. Cuando escribo vuelvo a ser una niña, aunque esta vez jugando a ser feliz.
__En ocasiones vuelvo a ese lugar mágico y Andrea me está esperando, aunque nunca consigo quedarme demasiado, en otros momentos, sobre todo de noche, sueño con la señora del sobrero con flores de plástico, y el resto del tiempo sencillamente escribo. Y aunque tal vez los temas que toco no son especialmente infantiles o tiernos tienen la misma función que la que tenía jugar en el viejo barco del jardín, soñar o encontrarme con Andrea; Evadirme de la realidad.
__En ocasiones vuelvo a ese lugar mágico y Andrea me está esperando, aunque nunca consigo quedarme demasiado, en otros momentos, sobre todo de noche, sueño con la señora del sobrero con flores de plástico, y el resto del tiempo sencillamente escribo. Y aunque tal vez los temas que toco no son especialmente infantiles o tiernos tienen la misma función que la que tenía jugar en el viejo barco del jardín, soñar o encontrarme con Andrea; Evadirme de la realidad.
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