- A veces pienso que en realidad no ha sido culpa mía, tú me alejaste... ¿Verdad? Me empujaste a hacerlo...
- Yo...
- Es que llegó un momento en el que no pude continuar. No podía más.
- En realidad era yo la que no podía más. Tenía miedo, siempre tuve miedo y jamás paró de crecer.
- ¿Y por eso me trataste así?
- No creo que debamos seguir hablando de esto, ahora ya no podemos hacer nada.
- Ese es uno de tus problemas, que jamás hablas de lo que realmente importa y también ese derrotismo o pasotismo, llámalo como quieras. Es mucho más sencillo de lo que parece.
- Mira, hay veces que una cosa empieza siendo pequeñita, casi insignificante y un día, de golpe, crece desproporcionadamente hasta que explota. ¿Importa el motivo? ¿De verdad sientes esa necesidad imperiosa de conocerlo todo?
- Sólo sé que te quiero. Nunca he dejado de quererte. Ni siquiera cuando creía odiarte. Pero también sé que me has hecho daño y eso jamás podremos solucionarlo. Las palabras duelen toda una vida, alguna vez te lo he dicho, no se las lleva el viento, como pensamos. Se quedan ancladas en el fondo del corazón y no se marchan, siguen aquí dentro. El problema precisamente es que tengo lo bueno y lo malo igual de fresco dentro de mi memoria, porque nunca he deseado llegar a odiarte de verdad. Cuando venían los recuerdos negativos, tiraba de los buenos, hasta compensar la balanza. Y te lo prometo, es una putada.
- ...
- No hace falta que digas nada. Siempre has sido especialista en quedarte callada. Sólo quería que lo supieses. De todas formas yo siempre te he querido más y así seguirá siendo.
- Yo...
- Ahora olvidemos esto. Ella me está esperando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario