

El teléfono sonó y sonó... y sonó... Sonó tanto que deseó estamparlo contra la pared, tanto que la cabeza le dolía y los timbrazos se le clavaban en los oídos, tanto que el perro empezó a ladrar, que hasta pensó en darse de baja en la compañía telefónica y acostumbrarse a vivir sin él, tanto que pudo escuchar a los vecinos quejarse... aunque claro, en ese momento ya no sabía si era
él el que llamaba o la vieja del cuarto por tocar los cojones. De todos modos no iba a comprobarlo.
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