15.12.08

Y por una vez...

Dicen que es peligroso encender una cerilla en la cama, pero yo aún así me atrevo a hacerlo, me gusta fumar en la cama y me gusta aún más que la habitación se llene de humo que en espirales de dibujos enredados va ocupando todo el espacio vacío. Y me gusta encender cada cigarro con una cerilla, porque me encanta el olor a quemado de un fósforo y me gusta fijarme en las chispas y en la llama y en la pequeña brasa que queda después. Y uno tras otro voy terminando la cajetilla mientras que me pierdo en algún libro viejo, leído ya mil veces, con las páginas amarillas y las esquinas de muchas hojas dobladas hacia dentro por la vagancia de algún lector. De vez en cuando miro hacia arriba y me enfrento con la noche de la ventana, con la noche del exterior, con el frío y el granizo golpeando los cristales, y para cuando vuelvo a dirigir mi mirada hacia el papel algo de ceniza suele haber caído sobre mi pecho desnudo. Me gusta mucho sentir las sábanas en mi piel desnuda, por eso hasta en invierno mi cuerpo no conoce eso que se llama pijama. A veces recuerdo aquellos días en los que la hora de dormir implicaba algo más que el contacto con las sábanas, eran días en los que la piel contra la piel, los gemidos ahogados y el calor que desprendía mi cuerpo me acompañaban hasta que el sueño vencía la caída de mis párpados. Ahora parece que ya he olvidado eso, que me he cerrado a ello y que, a pesar de lo mucho que disfrutaba, ya no necesito. Esa manera de anhelar deseando caricias, esa forma de pedir en silencio con una mirada un roce de labios, esa sensación que llena de calor y que tiñe de naranja el cielo y luego de negro y hacia el final de blanco (paz) ha quedado enterrada en un pasado. Me he vuelto fría, gélida, tan congelada como el granizo que golpea sobre mi cabeza, la piel ajena me produce terror, se ha convertido en un territorio inexplorado, y los abrazos que vienen después sólo consiguen que sienta asco y compasión por mí misma. Por eso mismo hace tantísimo tiempo que nadie descansa a mi lado en mi cama. Incluso cuando tú viniste ¿Te acuerdas? No pude soportar verte aquí, en mi rincón, en mi paz y te pedí que te marchases antes incluso de terminar, antes incluso de que la ropa cayese del todo al suelo, mucho antes incluso de que pudieses entrar dentro de mí... y desde aquella vez que no llegó a ser nadie volvió a entrar aquí, nadie volvió a crispar la noche en mis caderas, nadie volvió a beber de mis labios más gemidos ahogados. Algunas veces me acaricio yo sola, me desnudo muy lentamente delante de los cristales y me miro, me siento, me lleno de mí y luego las manos se deslizan hasta mi calor y dejo mi mente en blanco hasta que contra la almohada jadeo por última vez antes de perder la conciencia unos segundos. Y eso es todo. No hay más. No pienso en nada ni en nadie, porque no me lo puedo permitir. Pero en noches como esta... en noches como la de hoy me gustaría tenerte aquí y que el humo se escapase por las rendijas de la ventana y no sentirme sola y por una vez... no abrazarme a una almohada para dormir.

No hay comentarios: