Anaëlle

Había una vez un pequeño rincón escondido en las profundidades de lo profundo.
Era un sitio muy visitado por las personas aquejadas de dolores, pero no eran dolores usuales, sólo podían encontrarlo a través de las penas.

Anaëlle visitó ese lugar muchas veces, algunas sola y otras (las menos) acompañada.
Llegaba y se sentaba encima de las raíces de un árbol frondoso con los brazos rodeando sus piernas, jamás hablaba... claro que allí pocos eran los que se atrevían a compartir su dolor.
No era el lugar correcto, estaba bien para dejarse ir y no pensar o para llorar sin sentirse observado o señalado, pero no para hablar con alguien.

Un día de esos en los que el tiempo es impasible y las luces del mundo casi no iluminan, Anaëlle fue capaz de decir una palabra, una palabra corriente, pero que en un sitio como aquel... se hacía de lo más complicado.

- Hola -murmuró titubeante-.

Pasó tiempo, no podría decir cuanto, porque en ese lugar el tiempo se congela. Pero en cierto momento ella le contestó:

- Hola -y se atrevió a añadir una trémula sonrisa

El mundo exterior siguió girando constantemente mientras que allí, en ese pequeño rincón escondido en las profundidades de lo profundo, se construían palabras con una constancia casi similar. Las letras flotaban sobre sus cabezas esperando a ser colocadas en su debido orden y el resto de espectadores silenciosos las observaban con curiosidad.

Aes, eles, emes, aes, oes... e íes y erres y eses y haches y aes

Aes y haches y eses y erres e íes... oes, aes, emes, eles y aes

Y vuelta a empezar...

hasta que salieron de la mano de aquel pequeño rincón escondido en las profundidades de lo profundo.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Mentira, no ha hecho más que empezar :)