Eloisa se despertó con un llanto de bebé. Y de golpe lo recordó todo, y se puso a temblar. Necesitaba con urgencia ropa de muchacho, se acercó al camino y esperó.
La mano temblaba al intentar sujetar firmemente el arma.
Levantó el cuchillo en el aire y atravesó el costado de un jovenzuelo que paseaba distraídamente.
El sudor resbalaba por la cara de Eloisa, era la primera vez que mataba a alguien, era la primera muerte en nombre de Isolda. Pero su señora se lo merecía, y la criatura inocente que llevaba su sangre también. Cinco generaciones de mujeres de su familia habían servido a los Clermont con fidelidad. Ahora era su turno, pero quizás fuese una tarea demasiado ardua para una adolescente de 14 años.
Puso el cuchillo entre los dientes, pasó los brazos bajo los hombros del joven y lo arrastró lo más rápido que pudo hasta el claro, dejando libre el camino. Lo desnudó con destreza, lavó la almexia para que se notase lo menos posible la mancha de sangre, recogió a Alessa, montó en el caballo y lo puso al galope. Necesitaba encontrar cuanto antes un ama de cría para amamantar a la nena.
Cuando el sol ya estaba poniéndose se levantó un fuerte temporal, los árboles crujían, y el viento ululaba.
Las primeras gotas cayeron sobre la nariz de Eloisa, que en un intento vano de proteger a Alessa la apretó más contra su pecho.
Era necesario buscar un sitio para refugiarse, si no las dos acabarían con tisis o neumonía. A lo lejos le pareció ver una espiral de humo como de los restos de una hoguera apagándose. Espoleó a la montura y se dirigió hacia allí.
El brazo le dolía de sujetar al bebé, y las piernas tenían duras agujetas de llevar dos días en la misma postura. Tenía mucho miedo de no poder encontrar comida a tiempo para Alessa, miedo de viajar sola, miedo de que el caballo se cansase, miedo de no estar a la altura de un muchacho, miedo de todos y de todo.
Al fondo del sendero, justo en el desvío para Yirath divisó a un grupo de personas, se apeó del caballo y se acercó a ellas.
- Buen día, señores-.
- Buen día, muchacho. ¿Qué haces por aquí? Deberías de saber que es muy peligroso viajar en soledad-. contestó el hombre que estaba más adelantado.
Al fondo, sobre un tronco estaban los demás: dos mujeres con sus respectivos hijos, un anciano y un joven. Parecían comerciantes y gente afable.
- Lo sé, pero mi viaje es importante. Mi madre ha fallecido en el parto dejando esta criatura sola, estoy buscando desesperadamente un ama de cría-.
- Por lo que veo los motivos de tu viaje son nobles-.
- Adelbert, deja que yo me encargue-. dijo una de las mujeres - ¿cómo te llamas, cielo?-.
- Mi nombre es Baldwin, señora, y el de mi hermanita, Alessa-.
- Yo puedo darle de mamar si quieres, y luego puedes continuar con nosotros hasta Yirath, allí seguro que encontrarás la manera de ganarte la comida, ¿verdad que sí, Adelbert?-.
- Sí...-. gruñó entre dientes.
- Mira Baldwin-. comenzó de nuevo la mujer - La mujer de allí es mi hermana, se llama Chloris-. Según iba nombrando cada uno de ellos le respondía con un gesto de asentimiento - su hija se llama Edwina. El anciano es mi padre, su nombre es Helmuth. El jovenzuelo que está sentado a su lado es mi hijo mayor Warren. Yo me llamo Elisabeth pero todos me llaman Ilse y mi hija Louise. Bueno... creo que ya estamos todos, ah se me olvidaba... ¡UTAAAAA!-.
- y este es nuestro perro-. afirmó Warren - Como ves aquí la que lleva los pantalones es la mujer jiji-.
- Warren, cállate, vamos a alimentar a esa pobre criaturita-.
Alessa se agarró al pecho de esa desconocida con un ansia enorme, y mamó hasta que se quedó completamente saciada. Cerró sus ojos azules, bostezó y al poco tiempo respiraba placidamente.
Continuará
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