
Las lámparas de aceite ya se habían apagado y sólo iluminaban la fría piedra las llamas de la chimenea. En la cama estaba dando a luz una mujer de unos 23 años. Llevaba mucho tiempo allí postrada y un revuelo de criadas y nodrizas no dejaban de moverse y corretear por la habitación cargando con sábanas de lino y cubos de agua.
Mezclados con los gritos de ella, al otro lado de la puerta resonaba la voz de Guillermo II de Clermont:
- Espero que esta zorra me de un hijo de una santísima vez-.
- ¡Las niñas no me sirven! ¿Es qué nunca tendré un heredero?-.
- !Isolda Malder Gardner de Clermont, reza para que no sea una niña lo que llevas en el vientre!-.
En la habitación todo seguía del mismo color. Isolda no dilataba y las criadas ya no sabían que hacer.
- Por favor... si nace una niña llevaosla y decirle a mi señor que nació un heredero muerto-.
- Señora, pero eso es aún peor, la matará, esta vez la matará-.
- Eloisa, no tengo fuerzas para discutir contigo, se me están agotando. Ayudadme a parir de una vez y recordad lo que os he dicho-.
El fuego empezaba a extinguirse cuando las criadas salieron a dar la noticia a Guillermo II de Clermont.
- Ha nacido muerto, mi señor-. Susurró Eolisa mientras que hacía una genuflexión .
- ¡Maldita zorra asquerosa!-.
- Ella también ha fallecido, mi señor-.
Mientras tanto ya camino de Yirath, Eloisa hacía galopar salvajemente el caballo, que había robado a los soldados de Guillermo del patio de armas, mientras que apretaba contra su pecho a una cosa suave, blandita y pequeñita. Ahora la hija de los condes de Clermont era suya, y debía protegerla como favor a Isolda. Alessa Lea Gardner era oficialmente su hija.
Eloisa sentía miedo, sabía que era muy peligroso que dos mujeres viajaran solas y además se iba a hacer de noche. Normalmente siempre esperaba a que una de las caravanas pasase por allí y entonces todos viajaban juntos. Pero tenía prisa, no podía correr el riesgo de que Guillermo la descubriese. Era propiedad de los condes, y no tenía ningún derecho a huir, esperaba estar lo suficientemente lejos de allí antes de que Guillermo la echase en falta.
El sol ya se estaba escondiendo del todo tras las montañas Richemont, y el oscuro y estrecho camino camuflado entre los robledos empezaba a resultar fantasmagórico. Eloisa galopó hasta un pequeño claro para pasar la noche. Durante todo el camino había estado acariciando una idea bastante peligrosa ¿pero a estas alturas, qué le importaba?
Sacó de debajo del mandil un cuchillo de cocina y empezó con mucho cuidado a cortarse el pelo. Los mechones largos y dorados caían suavemente en el césped. Los rizos ya no enmarcaban su cara rolliza, ahora parecía un muchacho de 15 años todavía imberbe. El castigo que recibía una mujer que se hiciese pasar por un hombre era la muerte así que Eloisa se vendó fuertemente los pechos y por fin clavó su nuevo papel.
continuará...
1 comentario:
Luego dices que no sabes a que dedicarte... Pues cuanto más leo más claro lo tengo... A veces para la sensibilidad es necesaria un alma atormentada... Pero eso son burdas patrañas y clichés sin sentido... Pues haber sufrido no significa tener que hacerlo siempre. A tu espalda el pasado y delante todo un mundo...
Algun día yo también haré caso de mis consejos.
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