6.12.06


Y juntas calleron sobre aquel viejo colchón lleno, probablemente, de muchos recuerdos e historias. Nadie pudo conocer jamás y tan bien las cosas que habían sucedido en aquella cutre habitación de motel de carretera. Momentos fugaces, que siempre se pierden en la memoria.
Eran imágenes robadas e íntimas las que el colchón guardaba para sí. El humo de dos canutos que descansaban en el cenicero se elevaba hasta el techo y se acababa disgregando en el aire, dejando a su paso el aroma especiado de la maría, mientras, en la cama ellas apuraban la botella de tequila entre beso y beso, sus manos se deslizaban acaparadoras por su piel, recorriédola dentímetro a centímetro, cacho a cacho, parcela a parcela... los ojos de su niña expresaban un deseo tan loco, tan especial, tan suyo que asustaban, eran los ojos verdes de una loba.
Sus uñas se clavaron en su espalda y se deslizaron a lo largo de la columna vertebral, dejando su marca, sellándola, haciéndola propia...
El colchón era el único espectador, el único que recordaría cada gesto, cada embate, cada movimiento y cada expresión de placer... se alimentaba de historias, de polvos y hasta de lágrimas, absorbía cada una de las cosas que sucedían sobre él, y las guardaba receloso de cualquiera, algún día el colchón será tirado a la basura y entonces todas esas imágenes se perderán con su memoria.

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