6.4.09

YO

La línea de los botones delineaban su pecho, dividían su caja torácica en dos. Nunca había estado tan delgada como entonces. Era todo huesos, finos huesecillos frágiles como el cristal que se marcaban, tensaban su carne, dándole un aspecto extraño; a veces parecía que estaba embutida en papel transparente de cocina, cada uno de sus huesos empujaba desgarrándola desde dentro.
Los ojos hundidos con enormes ojeras siempre me habían gustado, tenía una mirada de perrito abandonado, podías desmoronarte con sólo un instante viviendo en sus ojos. Y sus venas, venas verdes, se apreciaban perfectamente, crecían por su cuerpo como raíces interminables enroscándose en sus brazos y ramificándose al final hasta rozar la punta de sus dedos. La fina chaquetita de punto apenas abultaba, pero los pezones, duros por el frío, se traslucían delicadamente. Los vaqueros le quedaban demasiado grandes, como su vida, con la que no atinaba a hacer nada útil. Aún así ese día me enamoré de ella, como muchos otros, en los que tenía la sensación de que era la única persona en mí mundo por la que daría algo. No sé si era su delicadeza, o su fragilidad... o incluso lo inútil de su carácter, que la convertía en una muñeca rota y eso me gustaba. Era mi princesa destronada, inútil, pero princesa al fin y al cabo. Y precisamente por eso era incapaz de decirle adiós, porque a su manera era preciosa, delicada y preciosa. Aunque nadie, además de mí, pudiese verlo.

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