24.8.08

Te regalo la libertad...

Recorrí de arriba a abajo la habitación, todo parecía en orden: la cama estaba igual de deshecha que la última vez, mi ropa estaba tirada por el suelo y encima de la mesilla no me faltaba nada. Dejé con miedo la bolsa encima de la mesa del ordenador y recorrí con mis dedos cada uno de los rincones y cada una de las esquinas levantando el polvo que el tiempo había acumulado. Cogí una de las prendas de ropa que había sobre el suelo y la apreté contra mí... pude sentir cada uno de los matices de su olor desintegrándose y volviéndose a reconstruir en mi cerebro.

Me vi tecleando sola en mi antigua casa... construyendo amor, dejándome ir, derrumbando los muros que me habían protegido hasta entonces.

Tarde de Noviembre, ella baja de un autobús, la veo acercarse a mí entre la gente, nos miramos, escondo mi cabeza en el hueco de su cuello y la abrazo lo más fuerte que puedo, tengo miedo de romperla... pero se está tan bien entre sus brazos... huele mejor de lo que esperaba... no quiero salir de allí, no quiero separarme de ella, ni aún para besarla...

Llueve, vamos caminando por la calle de la mano dejando que las gotas nos empapen... los pelos se erizan con el frío, nos paramos en el parque. La gente corre a refugiarse en los soportales, pero tú te quedas allí conmigo, debajo del temporal y nos fundimos en un beso eterno. Te separas, miras al cielo y te ríes a carcajadas, apartas el pelo empapado que me cubre parcialmente la cara y vuelves a besarme...

El sol entra a raudales por la ventana y te ilumina la cara, estás en mi cama hecha una pelota apurando las últimas horas de sueño. No puedo parar de mirarte.

Acabo de discutir con ellos. Es la primera vez que me ves llorar. No me dices nada, sólo siento tu mano acariciando la mía suavemente, como queriendo borrar las heridas enterradas.

Estamos caminando por la playa, descalzas, con los tenis en la mano... empezamos a jugar... me haces cosquillas, sabes que lo odio, te las hago yo a ti y tus carcajadas me contagian... nunca olvidaré tu risa... caemos sobre la arena y no podemos evitar quedarnos allí y hacemos el amor con la luna como única compañía.

Recibo un email tuyo... te tienes que ir... ¿Te tienes que ir? ¿Por qué? Si yo te amo con locura... pero sólo me dices eso... me tengo que ir... ¿a dónde? quédate conmigo, por favor... esto ya no funciona... pero no es tu culpa... no funciono yo... necesito escapar... aclararme... y desapareciste con la misma facilidad con la que llegaste a mi lado.

Sacudí la cabeza y volví a la habitación, abrí los cajones, uno por uno, hundiéndome en los recuerdos, acariciando el pasado... tocaba las cosas con delicadeza, como si tuviesen todavía impresa tu fragilidad, no te lo iba a echar en cara, nunca te lo reproché... sólo necesitabas volar, eras libre, un espíritu libre... y no está bien cortar las alas a los ángeles.
Me miré al espejo y empecé a desnudarme, pero en mi cabeza eras tú la que lo hacías... era demasiado poco para un ángel como tú, estaba demasiado por debajo... libre, siempre quisiste ser libre y yo no te pude dar eso, hablabas de ella con un fervor impresionante, la amabas... amabas a la libertad. Y ya estaba harta de pensar en ti... tiré todos los recuerdos por la ventana, vacié la habitación de arriba a abajo, limpié el pasado que todavía brillaba con fuerza en cada mueble, en cada trozo de tela, en cada cuadro, en cada foto, en cada fragmento de pared y de suelo...

Vuela, vuela con los ángeles... tienes que ser libre... no mereces estar aquí, encerrada entre cuatro paredes de una habitación que no es la tuya. Vive tu vida, no te acapararé más. Te devuelvo lo que es tuyo, te regalo la libertad...

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