15.8.08

Morgana Sincalver

Por la habitación había muchas estanterías repletas de frascos con un corazón en cada uno, cada frasco tenía una etiqueta con un nombre y un motivo por el cual ella había hecho eso. El resto de la estancia estaba ocupada por sus cuadros, la mayoría pintados con sangre, y por esculturas extremadamente bizarras. Al fondo, en una especie de altillo tenía sus libros con el resto de sus cosas. En el centro había una especie de base de metal dónde torturaba a sus víctimas.

La vi de pie, frenética, recorriendo de lado a lado la habitación, desnuda y con el cuerpo cubierto de sangre. En la base había un hombre agonizando. De vez en cuando ella se acercaba, empapaba sus manos en sangre y frotaba todo su cuerpo, corría de nuevo hacia los lienzos y seguía creando... sin parar, sin detenerse y dejando escapar de vez en cuando un grito desgarrador.

Era muy delgada, tanto que todos los huesos sobresalían. Tenía el pelo corto y muy negro, también empapado en sangre ya seca y colocado por detrás de sus orejas de duende. Una de ellas la llevaba completamente perforada. Su mirada irradiaba odio, un odio profundo.

Yo seguí observando sigilosamente por el pequeño agujero que había en la pared mientras que ella se acercaba al ya cadáver y con sus propias manos le arrancaba el corazón y lo guardaba en uno de los frascos vacíos.

Cuando creyó haber terminado arrastró al cadáver hasta otra estancia, cerró la puerta desde fuera y apretó un botón. Desde mi posición supuse que sería una máquina cremadora.

Luego, como si nada hubiese pasado limpió todos los restos de sangre que había por la habitación, se dio una ducha en un pequeño cuarto de baño, se vistió y subió por unas escaleras de mano que estaban camufladas entre las estanterías.

Escuché el ruido de la puerta de la calle y salí corriendo entre las naves del polígono industrial. Siguiéndola. Sólo se dedicó a dar un paseo, no parecía que tuviese intención de ir a ningún lugar concreto. Corría entre las naves, y en su mirada ya no había odio, era una mirada triste.

Mentiría si dijese que no sentí miedo. El odio que Morgana siente por los hombres no me exime a mí, yo soy el culpable de ese sentimiento destructor que la llena y la cosume por dentro. Y su mayor deseo es ver como me retuerzo de dolor y terminar su tarea con mi corazón decorando el sótano de su casa.

Y probablemente acabase por ocurrir, Morgana Sincalver es aasí.



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