3.12.06

La niña de la mirada ausente

La niña de los ojos dulces nació un día lluvioso, uno de esos días en que cae agua fina y chispeante que empapa enseguida esa que se llama coloquialmente calabobos.
Pero eso no empañó la alegría de la mujer que la había llevado en su seno nueve meses, estaba muy ilusionada con su proyecto, su hija sería completamente feliz y no conocería las maldades humanas, y al fin la tenía en sus brazos.
Los años pasaron y la niña de los ojos dulces creció rodeada de cariño y amor, y agarrada fuertemente a una mano perfecta que la acompañó todo el trecho del camino que pudo.
La mujer le enseñó el sentimiento que primaba por encima de todos, el amor; le inculcó la paciencia , la calma y la serenidad. Le explicó que nunca debía de dañar a los demás y que, por encima de todo tenía que intentar ser feliz.
La niña de los ojos dulces aprendía sus enseñanzas y las aceptaba como si siempre hubiese sido así.
Pero un día lluvioso, uno de esos días en que cae agua fina y chispeante que empapa enseguida, la mujer no pudo acompañarla mas, su esencia se había agotado y ya no estuvo con ella nunca.
Aquí llegaron las primeras dudas, ¿si tanto me quería xk me abandonó?
La niña de los ojos dulces conoció por primera vez la tristeza, la incertidumbre y la culpa.
¿quién me escuchará ahora al hablar? ¿quién me ofrecerá su regazo cuando no pueda dormir?
A este le siguieron muchos días lluviosos de esos en que cae agua fina y chispeante que empapa enseguida.
En uno de ellos, paseando por los campos anaranjados encontró a un hombre sentado sobre el resplandor naranja.
Se acercó y le dijo: -Te quiero-.
El hombre la miró y salió caminando a paso firme.
La de los ojos dulces buscó y buscó corriendo a mas gente, se tropezó con mujeres y con hombres a unos y a otros dijo: -Te quiero-.
Y la respuesta que recibió siempre fue la misma.
El campo anaranjado se tornó gris, las flores doradas se fueron marchitando y sus petalos se desintegraron al tocar la tierra, los hombres y mujeres perdieron su pelo, y sus ropas mudaron a trajes exactamente iguales, sus miradas se fijaron en la niña de los ojos dulces.
Ella se arrodilló y grito eternamente: "... Os quiero, os quiero, os quiero, os quiero, os quiero... "
pero ni ella misma escuchó sus lamentos.
Los autómatas dieron la vuelta sobre si mismos y empezaron a desvanecerse a lo lejos.
La mirada de la niña, entonces, se volvió fría, ausente, y odiosa, y ese día lluvioso, en el que el agua caía fina y chispeante la niña de la mirada ausente se desvaneció como las gotas de lluvia al tocar el suelo

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